Ojeando el último informe del INJUVE sobre juventud y cultura política, me he encontrado con una curiosa paradoja. Según se recoge en una encuesta realizada por el Instituto de la Juventud, un 76% de los jóvenes comprendidos entre 15 y 29 años declara que la política les importa poco o nada. De por sí, este ya es un dato preocupante, que debería invitarnos a una reflexión. Sin embargo, cuando miro las prioridades que tienen los propios encuestados para la sociedad, en primer lugar sitúan «la disminución de las desigualdades sociales» (45%), «la lucha contra el paro» (44%) y «la mejora de la educación y sanidad públicas» (40%). ¿No resulta paradójico que a la juventud no le interese la política pero a la vez tengan como prioridades para la sociedad cuestiones que se relacionan directamente con el mundo de lo público?
Para entender lo que pasa se hace necesario huir de las explicaciones fáciles. Tópicos como una juventud política poco comprometida, su carencia de valores, y un largo etcétera, es no querer afrontar este reto. Es necesario ponderar. Nuestras generaciones tienen algunas ventajas comparativas respecto de las de nuestros padres. Hemos crecido en un régimen democrático y de libertades, hemos tenido acceso a mayores cuotas de bienestar y recursos y, además, somos las más formadas de la historia de nuestro país. Sin embargo, en comparación, tenemos un lastre que ahogan nuestras expectativas de vida; la emancipación juvenil. Esta emancipación, que supone tener autonomía para poder hacer y decidir libremente un proyecto vital, está cada vez más retrasada en el tiempo. Como es conocido, los jóvenes abandonan el hogar de los padres a una media de 31 años. ¿Es simplemente que somos todos unos vagos y que no tenemos los valores de «disciplina y esfuerzo» del pasado?
No lo creo. La explicación, más bien, está en dos factores; el empleo y la vivienda. Los jóvenes somos siempre objeto de contratación en condiciones de precariedad laboral, difícilmente comparable con la juventud de nuestros padres. No en vano, cuando hay una crisis en España, somos los primeros en engrosar las listas del paro. Y eso pese a que nuestro nivel de formación es, de media, muy elevado. La estacionalidad de nuestro empleo, y por lo tanto, la falta de unos ingresos continuados hacen que la dependencia de nuestras familias sea total. Lo que liga con el segundo problema. Los estratosféricos de la vivienda hacen que para entrar en la aventura de una hipoteca se requiera un mínimo de continuidad laboral. O si se tiene pareja, que uno de los sueldos vaya a su pago. Dado que hay un escaso y caro mercado del alquiler, la alternativa es complicada. Así pues; ¿Cómo irse de casa y ser independiente? ¿Cómo afrontar los costes de vivir sólo sin estabilidad laboral o con escasa remuneración? ¿Cómo asumir la carga de una vivienda?
Cuando miro las prioridades de la juventud para la sociedad, las comparto plenamente. Estamos a favor de la reducción de las desigualdades, de las políticas de empleo y de los servicios públicos de calidad. Una voluntad relacionada con los propios problemas que tenemos los jóvenes para salir adelante. En mi condición de joven y cargo público, creo que hay una doble responsabilidad. Desde las instituciones, tenemos que ser capaces de ilusionar de nuevo a todo un segmento de la población, porque sus preocupaciones, sus intereses y sus aspiraciones se relacionan directamente con la política, con la que podemos hacer mucho por la juventud. Pero la moneda tiene su cara y su cruz. También los jóvenes tenemos que comprometernos más activamente en la política. Tenemos que perderle el miedo a participar, a hacer oír nuestra voz, en cualquiera de sus formas. No sólo a través del voto o de los partidos, también a través de asociaciones, movilizaciones o plataformas ciudadanas.
La juventud arnedana, riojana y española, han sido verdaderos motores del cambio. Los jóvenes han protagonizado cambios políticos importantes en nuestro país, pero no es bueno comprometerse solo cuando hay una situación política y social adversa, como ocurrió con la invasión de Irak, el hundimiento del Prestige o las reformas educativas que sacaron a miles de jóvenes a la calle. El compromiso de los jóvenes es necesario siempre, porque la tarea de cambiar las cosas, de enfrentarse a nuevos retos y fenómenos no para nunca. Nuestra voz y nuestro compromiso es vital para la sociedad que estamos construyendo. Podemos seguir ajenos a los asuntos públicos y seguir padeciendo los mismos problemas, o podemos dar un paso adelante y cambiar las cosas. En nuestras manos queda.
Publicado hoy en Diario La Rioja. Javier García Ibáñez
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